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Distante Cercanía

  • Foto del escritor: nicolas mercurio
    nicolas mercurio
  • 5 ene
  • 3 Min. de lectura


Vivimos bajo la falsa idea de que las ciudades nos acercan, cuando en realidad la mayoría de las veces solo nos aglutinan. A primera vista ciertos indicadores de densidad, o incluso la propia vivencia del encuentro caótico entre personas en zonas altamente concurridas, nos hace pensar que las ciudades nos acercan y nos relacionan de un modo más amplio con otras personas. Lo cierto es que dos de los principales atractivos y características de las ciudades son el anonimato y la despersonalización. Esto convierte a nuestra percepción de cercanía en una mera ilusión producto de la escasa distancia física entre personas.

 

Al pertenecer a una ciudad, visitarla o simplemente transitarla nos entregamos a una dinámica en la que no importa quien realmente somos, sino lo que buscamos. Dejamos de ser la persona que somos para convertirnos en meros usuarios de la ciudad y sus dinámicas.

Esta transformación de persona a usuario conlleva despojarse de los atributos que nos individualizan como tales: nuestra historia, nuestros deseos, nuestros vínculos e incluso nuestro nombre, coinvirtiéndonos en seres indistinguibles entre otros de similares características a los ojos desconocidos de quienes comparten con nosotros solamente el espacio físico.

Esta dinámica generada en ciertos espacios de nuestras ciudades, no solo nos aleja de otras personas, sino también de nosotros mismos. En uno de sus libros, Gabriel Rolón reflexiona sobre la constitución del Yo diciendo: "No somos sin el otro. La mirada del otro nos construye; es en su reconocimiento donde encontramos la confirmación de nuestra existencia." 

Podemos tomar esta reflexión para entender a partir de ella que el anonimato y la impersonalidad, al despojarnos de la identificación del otro, pueden alejarnos incluso de nosotros mismos.

 

Ser un usuario anónimo en las ciudades nos brinda innegables beneficios en virtud de poder desarrollar nuestras actividades individuales sin demasiados prejuicios o miradas sentenciosas observándonos. Permite incluso que exploremos diversas facetas de nosotros mismos mutando hacia otras sin que, en general, nadie lo note. Pero somos seres humanos, y esto implica que tarde o temprano vamos a querer que otros nos reconozcan, para así reconocer nuestra propia existencia.

 

Es así que al entender que las ciudades nos despojan de nuestra identificación personal nos lleva a hacernos una ineludible pregunta. Si no es la identidad individual la que predomina en las ciudades, ¿existe alguna otra identidad que les es más propia y que aporte a sus integrantes el tan deseado reconocimiento?

Si, estas dinámicas de despersonalización también terminan forjando identidades colectivas, que son por mucho más fuertes que las individuales. Están formadas por conjuntos de personas que comparten similares deseos, gustos y aspiraciones y que en búsqueda de ese ansiado reconocimiento, terminan constituyendo esta identidades colectivas que no pertenecen a un solo individuo, sino a un colectivo del cual uno puedo formar parte y comulgar con sus ideales.

 

Estos colectivos de ideas no son estáticos, sino que permanecen en un continuo movimiento producto de la adaptación constante a los cambios socioculturales. Son las dinámicas sociales y la hiperconectivadad las encargadas de conectar las múltiples historias, vivencias, gustos y deseos de cada individuo a una especie de masa social interconectada.

Podemos imaginar, a fines ilustrativos, esta masa sociocultural como si fuera una red de la cual salen múltiples cuerdas unidas a cada individuo que. Cada persona tira de la curda en su dirección, al incluir su conjunto de ideas, historias, gustos, etc. El problema es que al tirar en una dirección, habrá otra persona que haga lo propio, tirando en la dirección contraria, logrando que la red se mueva y se adapte a aquellas direcciones en las que más personas están tirando.

Esta analogía, sirve para visualizar como esta masa identitaria intangible se amolda a los cambios sociales y nos permite también ver que no son más que las identidades individuales pujando por imponerse en un medio que no las escucha, sino desde lo colectivo.

 

La pregunta final es muy simple y compleja a la vez. ¿Es la identidad colectiva un digno reemplazo de la identidad individual?

 

 

Arq. Nicolas Mercurio.

 
 
 

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